jueves, 7 de marzo de 2019

Detrás del portón azul

Una vez más dejo atrás aquel portón azul que separa dos realidades. Afuera hay gente buena que vive en hogares confortables tienen hijos familia y trabajan para tener un mejor futuro. También hay gente ambiciosa que pasa por encima de otros para lograr sus objetivos, gente indiferente al dolor o necesidad ajena, los que roban matan o estafan y caminan impunes por las calles de la ciudad; perfiles humanos frecuentes en casi todo el mundo. Pero hay otra realidad, la que está detrás de aquel portón azul; un lugar poblado de almas rotas y sonrisas ensayadas. Allí la soledad no se nombra se respira, se sufre, se sobrevive a pesar del esfuerzo de un puñado de seres incansables que tratan de zurcir las heridas con todo lo que tiene a mano, que no es mucho. El dolor, la rabia, el abandono el aislamiento asoman súbitamente ante cualquier incidente menor creciendo y creciendo hasta explotar para aliviarse un poco. Muchas veces la frustración termina estrellándose contra el rostro de esos niños no deseados que deben criar como pueden. Hablo de un grupo de chicas adolescentes que fueron sistemáticamente abusadas física psicológica y sexualmente, niñas madres que se saltearon las ilusiones del noviazgo, del paseo con amigas y la libertad de elegir ser. Niñas nacidas en medios de total vulnerabilidad hijas de padres desconocidos y madres ausentes; sin documentación de identidad , con memorias de hambre, maltrato, falta de ropa de amor y confianza en la gente. Un pequeño grupo de esas adolescentes están allí, detrás del portón azul. Todo allí es esfuerzo; por conseguir fondos para que la ONG siga funcionando, que el lugar sea conocido y respaldado por el gobierno. Intentando sumar voluntades para zurcir la autoestima de las chicas e incentivar el amor hacia sus hijos. También está el esfuerzo de ellas por aceptar su pasado y tratar de construirse pedazo a pedazo, día a día, mes a mes, año a año. Esperando: esperando la visita de algún familiar que las reconecte con sus raíces y su identidad. Se consuelan disfrutando de alguna persona como si viniera por ellas y viendo el cuadro desde lejos parecen una familia reencontrándose. Porqué cuento esto? Porque he convivido con ellas y sé lo fuertes que son a pesar de sus historias desgarradoras. Porque viéndolas tan bien vestidas, con dormitorio y baño propios aprendiendo a ser madres en un clima de mucho respeto y reglas no logro superar mi frustración por no poder hacer más de lo que hago. . Porque hay muchas profesionales que vienen desde la ciudad para aportar sus conocimientos tiempo y cariño pero aún así, no basta. Estudian, aprenden oficios, reciben atención médica y psicológica regularmente para ellas y sus hijos…no alcanza. El disparador de este relato fue ver el contraste entre sus pertenencias materiales su alimentación, el confort y la seguridad del lugar contra las fotos de sus casas. Se me estruja el corazón al recordar esas imágenes de esterillas lonas y cartones pretendiendo ser viviendas. En algún caso estas construcciones son de madera débil sin puertas ventanas y debo suponer que tampoco tienen servicios de luz y agua. Pero a decir verdad el shock que me produjo conocer sus “ casas “ no me permitió averiguar más. Ellas, estas guerreras siguen allí esperando. Cumplir la mayoría de edad no es certeza de salida o “ libertad “ como lo sueñan, porque sus abusadores siguen sueltos impunes a poca distancia de ellas . El trabajo lento y difícil de reinsertarlas en el núcleo familiar y el seguimiento posterior del gobierno responsable es otra de las grandes fallas para que estas almas puedan retomar el vuelo hacia un futuro digno. Cada vez que veo en la redes fotos de nuestras realidades las de las voluntarias y el equipo de trabajo de la ONG me siento bendecida por la vida que llevamos. Siento pena y amor por todas esas niñas con sus hijos y hasta un poco de vergüenza por no poder cambiar lo que sucede en otro país, detrás de un portón azul.